Se llama “anunciación” a la visita del Arcángel Gabriel, enviado por Dios a la Virgen María para pedirle que sea la Madre del Verbo por la gracia del Espíritu Santo. Ella, consciente de su dignidad y al mismo tiempo de su pequeñez, consintió entregándose sin reservas a la voluntad de Dios.
El “Sí” de María Santísima abre el camino a la Encarnación que ocurre en ese momento. En ese instante, el Verbo se hizo carne. Dios eterno vino a habitar en ella asumiendo la naturaleza humana.
Celebramos la Anunciación el 25 de Marzo por ser nueve meses antes de la Navidad, cuando celebramos el nacimiento del Señor. María Santísima un 25 de marzo le dijo a Bernardita en Lourdes: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
La Anunciación, narrada al inicio del Evangelio de san Lucas, es un acontecimiento humilde, escondido –nadie lo vio, sólo lo presenció María–, pero al mismo tiempo decisivo para la historia de la humanidad. Cuando la Virgen pronunció su «sí» al anuncio del ángel, Jesús fue concebido y con Él comenzó la nueva era de la historia, que después sería sancionada en la Pascua como «nueva y eterna Alianza».
En realidad, el «sí» de María es el reflejo perfecto del «sí» de Cristo, cuando entró en el mundo, como escribe la Carta a los Hebreos interpretando el Salmo 39: «¡He aquí que vengo – pues de mí está escrito en el rollo del libro– a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (10, 7). La obediencia del Hijo se refleja en la obediencia de la Madre y de este modo, gracias al encuentro de estos dos «síes», Dios ha podido asumir un rostro de hombre. Por este motivo la Anunciación es también una fiesta cristológica, pues celebra un misterio central de Cristo: su Encarnación.
De esta manera, el día de la Anunciación el Verbo se hizo carne; la Segunda Persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana y comenzó a vivir en el vientre de María Santísima: se hizo carne… para poder compartir todos los gozos y las alegrías, pero también los sufrimientos, el cansancio y los miedos de todos los hombres… Se hizo uno como nosotros, para poder acompañarlos y alentarlos en el día a día… Nos decía Benedicto XVI que «gracias al «sí» de Cristo y de María, Dios pudo asumir un rostro de hombre».
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». La respuesta de María al ángel continúa en la Iglesia, llamada a hacer presente a Cristo en la historia, ofreciendo su propia disponibilidad para que Dios siga visitando a la humanidad con su misericordia.
En este período de Cuaresma contemplemos más frecuentemente a la Virgen, que en el Calvario sella el «sí» pronunciado en Nazareth. Unida a Jesús, testigo del amor del Padre, María vivió el martirio del alma. Invoquemos con confianza su intercesión para que la Iglesia, fiel a su misión, dé al mundo entero testimonio valiente del amor de Dios.
Un modo concreto de recordar, en nuestro quehacer diario, la Anunciación es rezando el Angelus, al mediodía. Y particularmente, también celebramos el día del Niño por nacer, por lo que podemos unirnos a la causa de la vida, rezando el primer misterio gozoso.